Ha llegado el momento, decirte la verdad será mejor...

Sábado en la tarde. He despertado de una larga siesta, con los ojos rojos, con un deseo sexual aumentado. Repleto de gestos enlentecidos, como si mis huesos fueran metal, como si estuviera lloviendo. Maldición, está lloviendo. Escucho a mi perro correr por el patio, como presagiando un final. Un final que espero paciente, acorralado por mis cojines, por mis sabanas, por mis temores. Tengo los pies congelados, ellos no saben lo que les espera. Voy al baño a mojarme la cara, no puedo entender la mirada que proyecto, está desorientada, desganada, muy desorbitada. Debe ser la poca luz. Siempre es la luz. Dependo inevitablemente de los colores, soy tan pobre que necesito brillo. Me pica la espalda, cerca de las escapula derecha, no alcanzo a rascarme, me sigue picando, como una señal de alerta. Mis brazos no se mueven con tanta soltura, no logran ayudarme. Los pies están más congelados que antes, se vuelven ajenos, no responden las señales de mi voluntad. Me obligan a tocarlos, aprieto los dedos, me duele hacerlo, me duele presionarlos. Le pego a la pared, me duele más que la mierda, trato de llorar, no me resulta. Ya no lloro tanto, como cuando sufría por miradas. Quiero ir a comer algo, me hace falta. Sería bueno normalizar el ánimo, teniendo en cuenta que hay otros que verdaderamente sufren. Que diablos, yo también puedo sufrir, a mi manera, cayendo en el tedio y la marginación espiritual. Para eso está el tiempo, para solucionar el alma y también las locuras. No quiero seguir así. Me siento muy solo hoy día. Debo escarbar en mi memoria los buenos momentos. Mejor que no, implica pensar. No quiero pensar. Quiero actuar. Quiero salir por ahí. Aunque tenga obligaciones, aunque viva en mi sistema. Apertura Dios, apertura. Tu me entiendes. Siempre lo has hecho.
El sabado, permanece, simplemente. ¿Y en que estás tú?
Ha llegado el momento, decirte la verdad será mejor
Si en ella se esconde algo bueno
cuando crezco en mi corazón.