
Ella presiente todos los males habidos cuando sube la escalera mecánica. Piensa aparecer en un reportaje tipo "Contacto" donde hablen sin pudor de su trágico accidente . Cree que su chaquetón oscuro y rasante no es apto para desafiar la turbiedad de esos peldaños cínicos, cíclicos y vacilantes. Desconfía del invierno porque la hace ocupar esa prenda fatal. Hay días tortuosos y dilatantes, cuando la decisión de tomar metro, escalera mediante, vuela entre nubarrones de inseguridad. Más cuando despierta con ganas reprimidas por una masturbación inapropiada y mediocre. Entonces le hace sentido afiliarse a la idea de que el mundo es un delirio, y quién lo haya inventado posee un humor diabólico. Teme con preocupación ser succionada por el último peldaño filoso, penetrar en la vacuidad de un espacio virtual, entrar a un mundo fracturado por un tiempo casi inexistente, oscilar en el intermedio sempiterno que es la nada.
Ella sonríe cuando sale de la escalera, ella toca tierra y se siente feliz, a pesar de sus orgasmos interrumpidos, su dolor asquerosamente metalizado por una estructura repetitiva, sin embargo ella está a salvo, ella quiere estar viva, para poder masturbarse y sudar mientras vislumbra la salida de la estación.
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