miércoles, agosto 02, 2006

Matar la muerte

Las tardes gastadas en lecturas interesantes me delatan como un ser "azarosamente obsesivo" con la muerte, sin haberlo planeado.
Desde Kafka hasta Erasmo de Rotterdam, visitando a Rulfo en la actualidad, me percato lo recurrente que es la muerte como centro gravitante de ciertos discursos. Para algunos es tratada de modo más tangible que para otros, con una frialdad burocrática sobre su naturaleza (o lo que se cree acerca de ésta), su ventaja comparativa en relación a otros ritos humanamente pertinentes aunque descartables, su intensa proximidad al silencio físico y eterno como reflejo del más allá (o del nunca más), posición filosófica afín al postivismo más que a una fé, y, destaquémoslo, su valoración casi sentimental por representar el ideal de una existencia inconsecuente con el mapa de vida trazado por la conciencia.
La metamorfosis es una historia acorralada por la muerte, se percibe en el tono del narrador cuando nos dice que la rutina asfixiante podrá liquidarnos cuando menos lo pensemos (al menos lo insinúa), y que la mejor solución al estorbo, la pestilencia, el desapego, sería morir. Incluso vendría a ser lo más sensato para los que no quisieran terrible final. Los más cercanos.
El elogio de la locura, emparenta la felicidad de un esquizofrénico con una muerte natural, justa, no accidental. Como si Bob Dylan, quién provoca diciendo que "hasta para vivir fuera del orden debes ser honesto", estuviese destinado a morir como él quiera, y no como las cicunstancias quieran. Tal simbiosis optimista refrendaría el carácter ideario de la muerte como mejor vida en si misma, no como paso a mejor vida. (Algunos rasgos esquizoides debería tener Dylan para ser quién es, ¿o no?).
Si leemos entrelíneas, advertimos la denuncia potente que significa vivir muriendo, cargando cruces de martirio, ya sea forjándose vivencias contraproducentes al plan primario (conducentes a la dicha) o bien organizando los mínimos detalles de tal acontecimiento definitorio e inexorable.
Abajo hice un microcuento sobre el suicidio, sin ninguna programación especial por referirme al tema, solamente reproduciendo un puente entre mis pensamientos recurrentes y los dedos largos que machacan las teclas. La explicación residirá en que adscribo con fuerza a alguno de los componentes argumentales de la muerte, expuestos antes, o bien estoy buscando una justificación existencial para encarar la muerte con entereza, con algo de ropa gruesa.
También cabe la posibilidad que quiera desmarcarme del tema, botándolo disfrazado de ideas chispeantes, con un mínimo de energía útil. Votándolo ante el jurado olímpico de mi imaginario pre-adulto, decidiendo su destino proximal, tratando de entender su latencia o simplemente matándolo.
Algo habrá.

Con todo lo anterior sigo creyendo en la dulzura de la vida...


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