El autor, un crítico judío devoto del artefacto novelístico como espejo de cambios sociales en tiempos convulsos (cuestión razonable en época de depresión económica y posguerra), analiza la tradición literaria (Hemingway, Wilson, Fitzgerald, Faulkner, O'hara, McCarthy) y su correspondiente respuesta (Roth, Mailer, Bellow,Hipsters, Beatniks), más una serie de asuntos paralelos que estructuran décadas de pensamiento bastante irregulares (el nuevo nihilismo, los judíos y la literatura, los bohemios, el drama en la televisión, el valor de la crítica, etc.)
Lo que sigue es un compendio de ideas aletorias que siguen flotando ahí...
- Me gusta la apreciación que el crítico tiene del la crítica como género. Afirma con sorna que para quienes la crítica representa el camino iluminado sobre lo que debió hacer un escritor, actuando como corrector público, transparentando errores imperdonables de repetir en una siguiente obra, para todos ellos dice, la crítica no tiene validez debido a una "falta de conocimiento" del género. Cree que la crítica tiene valor en si misma y por si misma, y eso es suficiente.
- Norman Podhoretz, el crítico en cuestión, opina de Fitzgerald que es una figura mitificada por su aura de escritor trágico. Yo pienso que sí fue un escritor trágico, no sólo por sufrir alcoholismo ni por tener una esposa esquizoide y suicida, sino más aún por haber sido una persona que buscó la felicidad donde nunca la obtuvo, y conciente de eso siguió intentándolo. Esa pura acción merece un aura legenderia, a mi parecer. En cambio para Podhoretz no, porque piensa que Fitzgerald pudo retratar el espíritu de un país en una época determinada, algo que muy pocos podrán hacerlo en vida, sin embargo no pudo retratarse a si mismo con plena verdad. Mejor dicho, no pudo enfrentarse a si mismo por toda la carga que suponía su existenca, y eso le parece desacorde a la misión de un intelectual que también supondría su talla... interesante mirada.
- De Faulkner, no se deja amedrentar por el estilo alambicado como eje de su obra potente. Lo valora por otras razones estéticas y biográficas que no logré entender del todo.
- Se toma demasiadas páginas en referirse a Edmund Wilson, como el intelectual de su tiempo, muy preocupado de como los orígenes republicanos condicionan el carácter de su obra (y la de cualquier artista). Tanto así que ya mayor lo muestra como un hombre que ha leído tanta historia que el encierro propio se hace inevitable, restándole un poco de virtud que no alcanza a empañar su chapa de "hombre de letras de la época". No opino igual, porque pienso que su obra no es tan lucida como para considerarlo así, pero sí le doy bastante crédito. Aunque en el supuesto de ser un intelectual muy norteaméricano, aferrado a su patria, preocupado del mundo sólo cuando le incumbe a su país (o sea siempre), ahí creo que sí calzan sus pergaminos.
- En un capítulo sobre novelas de posguerra, en donde descuera los méritos concretos de intelectuales jóvenes ahogados en el conservadurismo (habla de una "ageneración" en la década del 40), respalda el espacio que la prosa discursiva ocupa en muchos escritores cuyas novelas no resultan tan importantes como sus ensayos. Dispara críticas fuertes contra esta ageneración que producto de la guerra adopta una conciencia individualista y logra madurar antes de tiempo, como respuesta traumática a los vicios de sus pares en décadas anteriores, refrendándoles su total preocupación por no caer en desgracias como las que "ellos propiciaron". De esta actitud generacional, Podhoretz no tiene más remedio que cuestionar todo el actuar de intelectuales carentes de conección con el mundo exterior, faltos de riesgo total por estar actuando como hombres resueltos habiendo saltádose la juventud que impulsa a pensar de otra manera.
- Y de esta generación resultan los nuevos nihilistas, que descreen de todo sin motivos de peso, que a su juicio es el peor nihilismo posible, basado más que todo en un desencanto vital con la época que les tocó vivir. Ni siquiera los rebeldes tienen una conducta tan deplorable, porque al menos se rebelan en contra de algo, en cambio estos nuevos no atentan contra nada, por mucho que lo pareciera.
- Con todo el conservadurismo que asoma en el crítico, que es muy poco o muy bien disimulado, y que se mantiene en tono sobrio y consecuente a través de los diez años que transcurre la recopilación, su actitud hacia el discurso intelectual es bastante objetivo, lo que se demuestra cuando habla de los beatniks. Y claro, podrían caber en el mismo saco que los nuevos nihilistas, por la connotación negativa de sus razones inspirativas o casi-inspirativas (los compara con una pandilla infrahumana de la cual ya ha tenido noticia porque ha matado a un pordiosero a palos cuando estaba durmiendo tranquilo en un banquillo), y su excesiva confianza en la realidad como materia prima de sus relatos (Kerouac en On the road decide incluir a personajes que "nada" aportan desde lo ficticio, pero que acompañaron alguna velada real del autor, conservando hasta el nombre original), con todo el autor valora la intención de esta nueva bohemia por trascender un discurso basado en un modo de vida más que en un modo de creación, y desde allí hacerlo creación. Gesto que por cierto da resultados hasta la fecha.
- De los nuevos autores (Roth, Mailer, Bellow) hace distinciones demasiado finas para mi capacidad asociativa. Recuerdo que habla mucho de la separación ideológica de Mailer con los de su generación, con el fin de llevar su obra a niveles de autenticidad que ya se la quisieran tantos otros autores. Le alaba la inventiva sexual capaz de tratar el tema con matices psicológicos sin ceder terreno a la narración precisa de actos demasiado naturales como para mirarlos desde lo mental. De Roth, le crítica su primera novela, sobretodo el tono pesimista que envuelve el relato, pero no porque es malo en si, sino porque le impide avanzar hacia otros temas que el autor intenta abordar. Y de Bellow, no me acuerdo mucho porque mezcla las temáticas del autor con temas del pasado y guatea. Aunque sí le reconoce de ser el único autor contemporáneo capaz de poseer una virtud que tampoco entendí.
En conclusión, la recopilación me gustó en el sentido que el autor logra asociar muchos temas que sustentan las razones creativas de la literatura norteamericana de siglo pasado, y te quedas pensando que escribir novelas tiene muchos más valores, capas e implicancias de las que crees, y de las cuales se puede extraer algo que te marque el pensamiento, aquí y ahora, y más allá de la grandísima razón estética que sustenta escribir una novela como motivo de expresar lo que se quiera.
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