Fenomenología

La gracia de escribir sobre lo que has vivido está en tratar de calcar los momentos y las sensaciones producidas de manera tal que cuando las recuerdes sea imprescindible leer más que evocar. Nada nuevo pero no por eso menor.
Cuando se toma distancia del objeto al cuál se quiere dar una imagen narrativa debiesen suceder por lo menos dos cosas:

1. Que el objeto adquiera nuevo sentido vital y aflore su atractivo real e imaginario, que esa tensión explote en matices decidores que energizen su identidad, que obtenga una concreción de aquél potencial fantástico evocado al inconsciente al momento de encontrárselo de frente.
2. Que uno mismo tienda a variar la forma original de cómo creyó percibir el potencial imaginario del objeto real, y si eso sucede estaremos frente a una fenomenología muy particular del oficio narrativo en su constitución previa o de ideación. Es lo más peligroso por cierto, ya que aumentará el riesgo de contradecir las formas de un objeto ante su mundo, y a veces el mundo no te lo perdona.

Todo esto a propósito que conocí una señora septuagenaria que en su condición de padecer enfermedad pulmonar obstructiva crónica se había vuelto adicta al aire, y además confesó haber matado a su esposo, literalmente. En un principio me pareció que esos antecedentes podrían haber calzado con la imagen producida en mi inconsciente, sólo hasta que me confesó abiertamente que le gustaría tener una última relación sexual con un tipo como yo, y ojalá matarme y matarse en el acto. Esto último me pareció peligroso, porque aumentaba el riesgo de concebirla como un objeto de formas contradictorias ante su mundo, un mundo cruel que a veces no te lo perdona.