Un tipo tan recto, compuestito y señero, dedicado a sus labores tiempo completo, lejano al bullicio mundano de las reuniones sociales y los plúmbeos cocktails (por lo menos nadie lo divisó allí). Santiago Inmanentinni su nombre, aficionado a los abrigos impermeables color caqui, desde que asomaba el otoño hasta el último estertor de invierno, devoto del horario y la eficacia, trabajando en la firma hace 15 años, intachable. Nunca se lo vio repartir miradas libidinosas a sus compañeras solteronas, planchadas por el correr de la rutina. Nunca deslizó siquiera alguna intención de ampliar su convivencia a un lugar más estiloso que la angosta oficina donde se enquistaba a producir diariamente. Nunca lo quiso tampoco.
Su escritorio lucía prolijo, abundaban los lápices grafito en un tarro morado, con sus iniciales centradas en mayúscula y amarillo pato ("interesante contraste"). Las muchas hojas sueltas no estaban en un desorden ordenado, lisa y llanamente mantenían una disposición perfecta, simétrica, pensada, calculada para sustentar todo cuestionamiento a su evolución laboral del último tiempo.
Stefansky, compañero de la firma, lo divisó un sábado temprano ingresar al hotel Real, en pleno centro de la capital. Le pareció sumamente extraño topárselo en semejante lugar, inesperada circunstancia.
Stefansky no sabía que el hotel le permitía libertad de acción instantánea. Santiago Inmanentinni prácticamente domiciliaba los fines de semana en el hotel, de manera brutal, sórdida.
Su cuarto le era inofensivo al cuestionamiento moral, cosa favorable para su reconocido gusto por fiestas impúdicas (como si la decoración clásica atenuara sus deseos carnales más primigenios).Las mañanas no existían, excepto cuando el manhattan sobraba y debía ser liquidado antes de medio día, sino mutaría en veneno. Entonces prolongaba su estadía nocturna hasta dicha hora, aunque su presencia en aquel tiempo era inusual. Cuál justificación podrida y gratuita, todo para eternizar la orgía social en la habitación 314, su centro privado de vicios regulares. Tanta cocaína había marcado ya las fibras vegetales de roble con que el escritorio del cuarto se mostraba ante el mundo. Cuarto escondido y perverso de un hotel decente y pulcro. Las rayas se hacían solas, encontraban un nido espontáneo en esa superficie corrompida.
Continuará...
1 comentario:
espero la continuación desesperadamente!
saluos
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