viernes, octubre 27, 2006

Hotel de Santiago (2)

El sábado en que Stefansky divisó al burócrata corrompido, entrando al hotel Real, fue una excepción al común devenir de su tránsito en dicho lugar; ocurría una vez al mes, cuando acudía con sobriedad a pagar la mensualidad de su viciada estadía en la 314, y de paso mantenía pacíficas relaciones con la administración, que le compraba la invención de ser un escritor nómade creando una novela sobre la influencia del pudor en educandos de actuación. En general los sábados matutinos eran de salida, no de entrada.
Por supuesto Stefansky no sospechó siquiera un ápice de esta información, más bien no sospechó nada, su estructura cognitiva le impedía cargar con la suspicacia hacia los demás , más bien le despreocupaba el mundo, porque su vida era tan planchada como la de sus solteronas compañeras de firma, poco le interesaban las andanzas de un compañero al cual apenas saludaba.
De todos modos pensó en comentarle lo sucedido la próxima semana. Sólo si habían ganas.

Ya pagada la renta Inmanentinni tomó la avenida Trodes con rumbo al norte, en busca de conexiones privadas que le ayudaran a saciar sus busquedas adictivas. Caminó veinte minutos por la avenida hasta que viró en un pasaje muy estrecho llamado Reunión, azar o no, se reunió al fondo del callejón con un hombre de mediana edad, estatura baja, marcas en la cara a causa de un pasado acné, expresión tosca, manos gruesas e irritadas, vulgar en sus movimientos e inquieto a cada instante.
Se apodaba el Levi.

-¿Que hay wacho?- preguntó el Levi.
-Acá me tienes maldito traficante, cabrón de este rincón podrido y sagrado, vengo a lo que sabes -contestó Inmanentinni.
-!Claro que sé! Si hoy es sábado, te toca distorsión en la noche, con tus amiguitos importantes, medios artistas, medios rayados -respondió el Levi con absoluto conocimiento de su cliente y de su agenda-.
-Necesito de la mejor calidad, hoy debe ser irrepetible- agregó Inmanentinni.
-¿Y por qué tan especial si ni siquiera estoy invitado, wacho?- respondió el Levi con un tono burlesco.
-Porque hoy irán dos amiga putitas, hambrientas, refinadas, muy locas; no puedo quedar mal...
-En ese caso te venderé lo más siniestro que tengo, droga de temer, sólo disponible para encantar a putitas hambrientas- remató el Levi.
-No solo son hambrientas, sino también fresquitas, apenas llegan a los veinte, sus cuerpos perfectos necesitan estímulos venidos de otros estados mentales, otras sintonías, distintas formas de mirar el pecado.

Compró tanta cocaína que la noche debería alargarse para agotarla en una misma orgía.
Echó la droga a su maletín, volvió a la avenida Trodes, se dispuso a confirmarle la invitación a sus dos amigas, se dirigió hacia allá con plena despreocupación. Caminó a paso seguro, su rostro siempre guardaba una ironía, la falsedad de su vida reflejada en una semisonrisa, sus comisuras se estiraban sutilmente mientras contaba las horas para iniciar el oscuro deleite.
Cuando llegó al edificio de las amigas recordó de inmediato como las conoció: fue una noche de viernes, caminaba a una de sus fiestas, en el hotel, no aguantó las ganas de leer esa revista dedicada a "las tendencias de la mujer moderna" drogado. La excentricidad era algo por lo cual sentía demasiada culpa, más aún cuando se borraba de la superficie terrestre, de ahí su preferencia por andar solo, habitar espacios solitarios desde la locura. Entró al primer edificio que tuvo en frente, tomó el ascensor, y comenzó a usarlo sin ninguna moral del tiempo, desentendíéndose de los reales usuarios.
Se hizo dos rayas, el pulso subió sin razón, saco la revista y comenzó a leer los pie de foto.
Estuvo en eso cuando liberó el botón del ascensor y la puerta se abrió en el sexto piso. Con sus lentes oscuros disimuló el estado recien adquirido. Subieron dos mujeres, delgadas, guapas, vestidas y dispuestas a romper la noche, y a quién quisiera "desafiarlas". Le coquetearon tanto que no pudo resistirse y las invitó a un bar. Fueron al más cercano, bebieron y se drogaron, pero a ellas no les satisfizo. Lo desafiaron a buscar algo más explosivo, él aceptó, las citó en dos semanas más a la 314 del hotel Real. Ellas también aceptaron. Asi fue como se conocieron.
Luego de recordar subió a lo que iba.
Después de tocar el timbre latamente, sin recibir respuesta, se retiró; salió raudo del edificio hacia su casa, algo desilusionado por no haber confirmado con las putitas hambrientas, pero satisfecho luego de los anciados jales.
En la misma puerta de las mujeres, cinco minutos después volvió a sonar el timbre, una de ellas preguntó:
-¿Quién es?-
-El Levi wachita, ya se fue ese desquiciado, dejame entrar- acotó con rabia.
-Si, pasa, pasa, tenemos que hablar, hoy es nuestra gran noche, que bueno no se dio cuenta que lo seguiste...

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