Y así seguimos, luchando como barcos contra la corriente,
atraídos incesantemente hacia el pasado.
F.Scott Fitzgerald
La noche apareció sin insinuación, como recordándole a Inmanentinni sus deberes inexorables con la corrosión. Tenía ante todo la voluntad de borrarse del panorama terrenal que atesoraban sus sentidos, incurriendo en el apropiado espectro de hábitos retorcidos que solía practicar, esta vez junto a dos jovencitas desafiantes y jugadas hasta el fin de las consecuencias.
Muy puntuales ingresaron al vestíbulo, con desplante y seguridad, livianas de ropa, regalando pasos oriundos de unas piernas tan estilizadas como la decoración neoclásica del céntrico hotel.
La recepción producida por los administradores fluyó como el whiskey que Inmanentinni preparaba con sigilo, esperándolas en la 314. No mostraba indicio alguno de nervios, sino que se comportaba con libertad envidiable bajo todo ángulo observado, como si no tuviese conciencia ni memoria para amilanarse.
Caminando hacia la habitación, las mujeres se reconocieron en un ritual anhelado durante años, apoderándose de su propia historia volverían a componer la escena brutal ocurrida tiempo atrás, cuando la razón aún se sometía al instinto natural de supervivencia, y cuando el abuso de sus cuerpos inermes pasó a marcar su vida, configurando una temprana maduración del carácter físico y emocional, anticipando un propósito exclusivo y dirigido: la venganza contra Santiago Inmanentinni.
No está de más decir que el abuso sexual mantiene buenas relaciones con la cocaína, sobre todo en tipos tan atormentados y dispersos, receptores de falsas oportunidades carentes de luz, conducentes al forjamiento de insatisfacciones valóricas traducidas en barbaries abusivas y tramposas.
Tramposas porque las mujeres, hace quince años niñas (ahora caminando a la 314), reaccionaron dominadas por la inocencia de los cinco años, ante el ofrecimiento de salir a comprar caramelos al carro de la esquina.
Inmanentinni las divisó en la guardería de la firma, jugando con niños menores, lanzando y recibiendo palitroques de madera figurados: soldados de alguna batalla imaginariamente victoriosa, aunque sufrida.
Se "conmovió" de la alegría liberadora/melancólica que proyectaban, tanto o más como de las semejanzas naturales de estas dos mellizas prístinas.
El abuso sexual fue escindido entre las hermanitas, por sus ganas insufribles de perpetuar el goce retorcido en diferentes tiempos cronológicos y mentales.
-¿Vamos por unos dulces hermosas niñitas?- fue la pregunta catártica que hizo el psicópata.
No vaciló ningún minuto en sacarlas del edificio, diferentes días, separadas, al carro confitero de la esquina, bien provisto de alegrías infantiles envasadas, para luego conducirlas a un baño indecente donde pudo remecerlas para siempre, traumándolas y obligándolas a caer oprimidas en pantanos delirantes, hasta hoy, con veinte años, caminando hacia su habitación en el hotel Real.
Mantuvieron el secreto por demasiado tiempo, hasta que un día juraron despojarse para siempre de la farsa, las marcas irritantes en la piel que tanto limitaron la autoexploración, el olor podrido del baño que les hizo olvidar los gentiles aromas de tan puros caramelos, de los recuerdos absurdos de una infacia trizada.
Les fue fácil contactar a Inmanentinni, sus funciones dentro de la compañía, su secretismo, su doble vida, sus conexiones, sus dealers (entre otros el Levi), todo, todo fue fácil, porque el orgullo de verlo ahogado en la desesperación justificaron las miles de horas invertidas en la búsqueda, que llegó a la hora más prudente para ellas, la hora donde el psicópata se sintiese a sus anchas, seguro, reforzado, feliz, viciado. Arrendaron un departamento cerca del hotel, maquinando un reencuentro irreversible que ocurrió en ese ascensor freakeado, confiaron tanto en el destino sobre ese momento que acordaron no cobrárselo en la funesta reunión (no confirmada) del sábado nocturno en la 314.
Llegaron a la habitación, golpearon la puerta, tranquilas, hermosas, displicentes, esbozando sonrisas hipócritas, preocupadas de controlar cada milisegundo que empezase a correr desde que el psicópata abriese la puerte...desde ahora ya:
-Hola guapo, venimos a apoderarnos de ti- dijo una de ellas.
-Hola preciosuras, los jales me ponen irremediablemente tierno, espero a ustedes también, pasen a mi templo, conseguí una droga explosiva, como les prometí- respondió con desfachatez.
-Venimos a lo que tu sabes, venimos a lo que tu quieres, venimos a lo que tu quieres que sepamos- agregaron con misterio.
A la hora de que ingresaran a la habitación Inmanentinni fantaseaba de manera proporcional al whiskey ingerido, soltando bromas absurdas, corrientes y vulgares, pretendiendo empatar a sus invitadas con el mismo nivel delirante adquirido.
Les ofrecía joyas, dinero inmediato (cual prestamista sucio), drogas fuertes, experiencias límites con personas al borde, fanfarroneaba como niño mitómano hiperventilado, quería llevarlas seguramente a la cama como un psicoacróbata.
Ellas le siguieron sutilmente el juego mintiendo, embobándolo con preguntas tormentosas del tipo:
"¿Te has masturbado pensando en nosotras?, ¿Lo hiciste con un hombre?, ¿Jalaste en frente de tus padres?, ¿Mataste a alguien estando high'?, ¿Sentiste como tuya la claustrofobia cuando estuviste sobrio?, ¿Violaste a una persona?, ¿Violaste a un niño?, ¿Violaste a una niña?, ¿Violaste a dos hermanos?, ¿Violaste a dos hermanas en tu trabajo?, ¿Violaste a dos mellizas en tu trabajo?."
El psicópata se sentía oprimido, las imagenes evocadas por el cuestionamiento se revolvían como circuitos eléctricos infinitos en su cabeza, restándole el aire, cansándolo, reprimiendo su instinto de festejo eterno, bajándole súbitamente las pulsaciones de competición logradas gracias a los muchos jales propiciados...
-¡Nos violaste maldito enfermo!!Te maldigo con toda mi alma, con todo el cuerpo que manchaste hasta hoy!¡Sólo hasta hoy!¡Te maldigo de verdad, las maldiciones que puedo dar en esta vida te las doy a ti, maldito psicópata cobarde, aberrante!- le gritó "con la vida" una de ellas, mientras la otra rodeaba su cuello con un cinturón de cuero café, contándole al oído en bajito:
-¿Tienes miedo de sufrir una venganza?¿Te asusta reencontrarte con nosotras? No nos veíamos tan cerca desde el baño podrido al cual nos llevaste cuando niñas- dijo con frialdad y acidez.
Las hermanas actuaban seguras, cada movimiento brotaba del ensayo y validación propia, una aumentaba la presión en el cuello, la otra jalaba a centímetros de él, le ofrecía, se acercaba con la merca, lo tentaba, pero no le daba, lo escupía.
-¡Perras hambrientas, siempre lo pensé, quieren todo de mi, no estoy en venta para ustedes!
-¡Claro que no estás en venta!, ¿Quién pagaría por una mierda así?-replicó una de ellas.
-No me acuerdo de haberlas violado, tengo buena memoria-aseguró irónico ante las miradas crueles de las mellizas.
-Eres demasiado maricón para acordarte, tienes memoria de maricón, no queremos saber más de ti en esta vida, queremos reducir los riesgos de tu presencia en este planeta, no queremos que nuestros hijos puedan toparse contigo alguna vez, puto hambriento- gritándole ambas.
Su cara se tornó morada, vacía, no pensaba en el final, había estado en esas situaciones, no le asustaban, era un sadomasoquista, confiaba en que aflojarían el tono, matizando la humillación con cuotas de placer, aunque fuera con cuentagotas.
Un coctel de barbitúricos, anfetaminas y benzodiasepinas fue mezclado con whiskey, la melliza más vehemente lo preparó luego de templarse. Efectivamente le hizo creer que el placer con cuentagotas iría a presentarse hoy, Inmanentinni le compró facil, deseaba el placer, como una niña desea un caramelo en un carro urbano.
Al rato Inmanentinni bajaba la guardia y la melliza subía la presión del ahorcamiento, con ansiedad forzaba el cuello según se incrementaba la palidez y desesperación, el hombre movía los dedos, aleteaba con dificultad por el adormecimiento forzoso de las pastillas, no sabía realmente qué hacer, estaba complicado, veía el fin de cerca.
Salieron del hotel, caminaron rápido, se miraron de reojo y percibieron angustia por lo hecho, una de ellas suspiró fuerte al olvidar llevar consigo el cinturón café, no comentó nada, la hermana se deseperó al percatarse de no limpiar los rastros en la habitación, ambas no completaron un remordimiento pleno, en el fondo querían publicitar su venganza, cualquiera fuese el costo, sería una resplandeciente forma de exorcizar tanto miedo sufrido durante ese tiempo.
Lo sabían: fueron crueles en su venganza, la vida misma les impuso la crueldad, más ahora después del asesinato, cuando volver atrás no tenía sentido de ser, cuando sólo importaba el cambio de culpa.
Por lo menos necesitaban sentirse dentro de otra historia que las hiciese volver a confrontarse con el pasado, otro pasado difícil recién forjado en un hotel, hasta que la justicia las encontrase, y la crueldad se despojara de sus cuerpos frágiles algún día manchados.
Fin.
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jueves, noviembre 09, 2006
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2 comentarios:
¡¡ hoy hice un post de musica para tirar!!
Y después tropecé con tu blog
Saludos...
(pero en el tuyo no encuentro la música)
(en el mío si hay :D)
Pancho escribís muy bien, pero me das miedo.
No tengo muchos comentarios, le hubiera puesto un poco más de detalles sangrientos y espeluznates a la venganza.
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