viernes, mayo 04, 2007

Lectura Humana


Me dí cuenta que no extraño los libros desde que renuncié a la insufrible pega en la librería. O quizás antes de que entrara a trabajar allí. Es complejo decirlo para mí, porque recuerdo como ayer el día feliz que me percaté de mi gusto irrefrenable por la lectura como forma de liberación imaginativa, a un nivel casi físico, esto porque elegía mil veces acostarme a leer que salir a correr aunque fuese durante media hora.
A un nivel "antifísico" debí haber dicho.
La última novela que leí fueron "Las Horas" de Michael Cunningham, en marzo de este año, me tomó 10 días hacerlo, fue una excepción atemporal. Venía leyendo (o tratando de) "El Gatopardo" de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, desde noviembre de 2006, aún la tengo en mi velador, avanzando a un ritmo geriátrico, a razón de una página por 8 días más menos.
La explicación de esta involución lectora la intuyo desde un ámbito ligado a la salud, que no me ha sido favorable estos últimos meses (ya sé que sueno senil, pero es mejor ir por el camino de la verdad).
Leer es una droga para mí. Me hace tan bien por momentos, me encumbra por alturas de placer únicas, me permite explorar lugares mentales provistos de inteligencia y estética (nada menos), pero después me falla el paracaídas y me vengo a pique sin seguro, y caigo de hocico.
Entre gripes, ansiedades, disneas, "estreses", soledades, y desamores, leer me permite aumentar la sensación de descontrol, generándome una angustia enajenada de mi razón, es rarísimo, es como ir a una fiesta y encontrarse contigo en un estado irreconocible, hablando con gente que siempre odiaste verla hablando contigo, no pudiendo detener la situación hasta que el color blanco se impusiera en tu cabeza, lo cual a veces es imposible de concretar.
Estoy en una fase de privilegiar las relaciones humanas como panacea a mi estado de alerta permanente.
Estoy intentando por todos los medios mejorar las relaciones humanas con esos humanos a los cuales adoro por sobre todas las cosas de esta vida, y que me permiten reirme gratuitamente, sin exigirme nada, a diferencia de mis entrañables libros que me ofrecen demasiadas preguntas sublimes (y subliminales) sin permitirme responderles mediante mis actos de exploración mentaL, entre idea e idea, entre palabra y palabra.
Hoy al menos me aferro al gesto encomiable de compartir lectura con gente que quiero.
El otro día una persona me leyó unas líneas de un autor a quién no le había leído ni la suerte, a pesar de su reconocimiento público, y me emocionaron profundamente.
Tal vez esté destinado a una lectura más observante, humana, generosa, sociable, comprensiva y romántica.
Tal vez me agoté de leer en la intimidad sin poder compartir con alguien la cosecha de esa riqueza fundamental como es el poder de las palabras.
Tal vez mis pensamientos están enfermos de soledad sin poder encontrar luz ni regazo en otros pensamientos de gente que quiero. Y de gente que no quiero también, porque sólo mis pensamientos pueden decidir a que otros pensamientos eligen querer.

p.d Me gusta Ingrid.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me da la impresion de que tus pensamientos te viven complicando la vida. Deberías matarlos.