lunes, agosto 13, 2007

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Sentía lástima de si mismo, más cuando ella entraba a la tienda, a una hora bien conocida por él, ya hacía ocho tortuosos meses. La tienda era una cafetería familiar, que se sostenía a base de tradición más que al rédito, mucho menos familiar por esos días. Se estaba hartando de servirle a los mismos, retirar tazas, lavar platos y mantener sus ideas apaciguadas, todo a la vez y sin mediar catarsis.
Estaba triste, eso le ayudaba a sentir lástima de si mismo, estaba claro que necesitaba sentir más de eso para mandar todo al carajo.
Últimamente los clientes venían con algunos invitados transitorios que se desgastaban alabando la calidez del lugar pero que nunca volvían. No ganar suficiente dinero le irritaba menos que el cinismo de aquellos invitados transitorios, de los cuales ella representaba la máxima expresión y también su máxima prisión del último tiempo. Porque prisiones había sufrido antes, cuando apenas comenzaba a sopesar la vida.
Sus abuelos eran los dueños; lo criaron forzosamente desde los cinco años, debido a la muerte inesperada de sus padres. Temía defraudarlos en lo que fuese, vivía preocupado de compensar esa generosidad, pero estaban demasiados viejos como para encargarse del lugar.

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