lunes, junio 30, 2008

Hawley


Me gusta el disco Coles Corner de Richard Hawley, no sólo porque me transporta a un paisaje de calma y llanura emotiva (a veces la llanura emotiva es la cima donde se asienta la felicidad), sino también porque me ha ayudado a esclarecer algunas ideas en torno al inexorable y fabuloso acto de escuchar música, sobre todo la música que disfrutas estando solo.
En momentos de indescriptible placer y evocación, surgidos desde alguna canción arrancada de otro planeta, de esas que te llegan a emocionar de a poco pero que finalmente se pegan al cuerpo como la ropa deslizada por el viento del desierto, esas melodías generosas, rebozantes de paradójico color y simpleza, que despojan tu razón y te abren la conciencia a lugares impensados de epifanía, en esos momentos irrepetibles es cuando aparecen las mejores concepciones acerca de la esencia real de los actos humanos.

Richard Hawley me hizo ver cosas que desde la intuición ya me parecían sensatas, en torno a la importancia de valorar la música más por su profundidad que por su superficie, más por sus facetas que por su materialismo, más por lo que te dice no dicendo que por lo que no te dice diciendo, y también me reflejó que el poder de una buena canción entraña un magnetismo natural, gradual, paulatino, que en cada oído se organiza de un modo original, como encantando de manera dirigida y personal a quién lo desee en un tiempo y lugar propio.
Todo esto cobra sentido palpable a la hora de comunicarle a otro la buena nueva de asisitir a una obra rutilante, según la personalísima y entrañable organización auditiva, y no sufrir en el intento.
Muchas veces cuando le he mostrado nueva música a alguien he caído en la ansiedad de adelantar las canciones hasta el coro o partes "más atractivas" de estas, demostrando sin quererlo la carencia de gozo pleno de lo transmitido y por contraparte más bien las ganas de "bieninformar" al prójimo que empaparlo de esa excitación por vibrar de igual forma que uno (aunque esto último sea inviable).
Coles Corner me permitió ofrecer un puñado de espléndidas canciones, sin sentir ansiedad, sin reprimirme el disfrute total de su sonido, sin caer en justificaciones innecesarias, creando una sensación ambiente de paz y llanura emotiva, aquella que tan feliz me hace en la génesis del invierno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta cuando hablas de estas cosas y de tal modo.. que una "ignara" cómo yo, se tienta y se las quiere quedar

Pancho Ramírez dijo...

Te las puedes quedar con toda razón...me gusta que te guste lo que escribo,me gusta que me escribas también.

Un beso.