martes, marzo 29, 2005

CIVILIDAD

Tres palabras se vinculan estrechamente: ciudad, civil y civilización. Quizás aquella que con mayor facilidad dejamos de comprender es la primera, afectando, por lo mismo, el sentido de las dos últimas. Mientras más visible y absorbente es la ciudad, más parece alejarse el sentido real de lo que es. A cualquiera que piensa en una ciudad le surge en su mente una imagen tan sólo física: una concentración de casas y edificios y vías de transporte. Desde el polo del trabajo al del hogar, vamos y venimos rutinariamente, día tras día. Para pocos, y en escasas oportunidades, la ciudad ofrece también momentos y lugares intermedios, de pausa y de encuentro. Son un privilegio, pero son lo más propiamente urbano (civil) y civilizado.Los espacios comunes y las prácticas sociales que se tejen en torno a ellos son el alma de la ciudad y deben ser protegidos y cultivados. La conservación del patrimonio urbano no sólo envuelve la protección de la arquitectura y los elementos físicos, sino también de los hábitos y costumbres, las formas de vida. Santiago, en este sentido, es una ciudad en peligro de extinción. ¿Vive usted en una casa o departamento en que le den ganas de salir a la calle porque es un lugar agradable, seguro, entretenido, vital? ¿O tiene usted que tomar su auto, si lo tiene, y recorrer 20 cuadras hasta el mall más próximo? Muchos chilenos adinerados parecen ser felices viviendo en suburbios sin vitalidad ni espacios comunes, siempre que les aseguren vías de transporte veloces (como la Costanera Norte) para llegar a sus trabajos y salir arrancando cuanto antes de Santiago el fin de semana o en vacaciones.En pocas zonas de esta maltratada ciudad subsisten o se desarrollan tramas citadinas auténticas: se abren cafés, uno tras otro, librerías y cines. A las plazas o parques llega gente a leer, a pasear, a conversar, a mirar a los otros. A veces son parejas de enamorados, solitarios, familias; algunas veces son ancianos; otras, jóvenes o niños que juguetean. Tribus urbanas abigarradas invitan a levantar los ojos del libro y detenerse a observarlas. Cuando atardece, y todavía los faroles no se han encendido, es tiempo de cruzar hasta el museo o irse directo al café, en espera del amigo con quien se desgranará, tal vez, una conversación ni tan grave ni tan carente de humor. Urbanidad.Estos espacios abiertos y vivos viven en un equilibrio muy delicado, semejante al de un bosque antiguo. Es fácil, con gestos sucesivos y apenas perceptibles, ir arruinando un tejido cuya bella filigrana puede ser invisible a una mirada tosca. Protejamos nuestros lugares públicos, no los dejemos invadir por el bochinche, la vulgaridad, la codicia; no degrademos nuestros espacios de urbanidad y civilización.
Columna publicada por Pedro Gandolfo, el sabado pasado en el Mercurio.

1 comentario:

feña dijo...

qué buena la columna, y que pena lo que quieren hacer en la plaza las lilas.